Parece que los tesoros más preciados siempre se encuentran bajo el mar, pero no es así. En un guardamuebles, entre un montón de cajas viejas que contenían aparentemente objetos inservibles, alguien halló una de las joyas más valiosas del siglo XX. No se trataba de diamantes, ni de rubíes, ni tampoco de lingotes de oro, por suerte se trataba de una magnífica obra de arte, que por desgracia, su autora no pudo ver nunca al completo.
Vivian Maier, la niñera fotógrafa, vivió en Chicago prácticamente toda su vida cuidando a unos niños y sentía pasión por la fotografía. Le encantaba pasear por las calles de la ciudad con su cámara, una Rolleiflex y retratar todo aquello que se encontraba circunstancialmente a su paso. También dejó muestra de un amplio repertorio de autorretratos divertidos y originales.
Los que la conocieron la recuerdan como alguien que “Estaba tomando fotografías todo el tiempo y luego no se las enseñaba a nadie”.
Recuerdos de papel y en cajas
Disparó centenares de carretes, tanto de color como de blanco y negro, pero no siempre los reveló y por eso, nunca llegó a ver muchas de las obras que realizó.
Ella los almacenó en cajas que cayeron en el olvido hasta que un día alguien las encontró por casualidad y con mucho descrédito se deshizo de ellas en una casa de subastas, para que posteriormente las adquiriera el investigador John Maloof.
Tuvieron que pasar muchos años, tantos, que esperaron dentro de un chasis hasta el siglo XXI, concretamente hasta 2007, para ver la luz y que esa niñera fotógrafa tomara un papel relevante en el mundo de la imagen y de la fotografía.
Desde entonces, la colección de sus retratos ha dado la vuelta al mundo y ahora, por suerte, podemos disfrutarla en Madrid. Estará en la Fundación Canal de Isabel II hasta el 16 de agosto.
Si os interesa, podéis descubrir la historia completa en la película documental “Finding Vivian Maier”.